Vitillo Ábalos: Este disco fue una caricia al alma
Mencionar el apellido Ábalos en Argentina es hablar de folclore, situarse en Santiago del Estero y enseguida hablar de ese grupo de hermanos que trascendieron fronteras y llevaron su música –y también nuestra- a lugares impensados en ese momento.
De esta manera, Machingo, Adolfo, Roberto, Marcelo y Vitillo, comenzaron en 1939 un viaje que los convirtió en el grupo folclórico más antiguo del país y, sin duda alguna, en uno de los más reconocidos, gracias a canciones como Zamba de los yuyos, De mis pagos, Todos los domingos, Juntito al fogón o ese himno que significó Nostalgias santiagueñas.
Recientemente Vitillo, de 94 años, acaba de lanzar El Disco de Oro, Folclore de 1940. Un trabajo doble en donde se reunieron destacadas personalidades de todos los ambientes de la música, como Juanjo Domínguez, Leopoldo Federico y hasta incluso Jimmy Rip, ex guitarrista del mismísimo Mick Jagger.
El responsable de generar semejante registro actualizado fue ni más ni menos que el sobrino nieto de Vitillo, Juan Gigena Ábalos, también guitarrista de Ciro y Los Persas.
La Vereda fue recibida por el gran Vitillo en su casa, donde sacó a relucir imborrables recuerdos y, por su puesto, habló de este trabajo tan sentido y completamente dedicado a sus queridos hermanos.
¿Cómo se fue gestando toda esta obra?
El disco tiene una antigüedad de 6 años creo. Lamentablemente, y por los costos que significa, no se pudo lanzar antes, más allá que era una idea muy buena. El responsable de todo esto fue el nieto de mi hermano Machingo, Juan Gigena Ábalos, un chango muy agradable, que además conoce mucho de música. El toca con Ciro y Los Persas, es rockerito, pero no ignora lo que es una chacarera, un escondido o un carnavalito.
Para Vitillo “Buenos Aires es una ciudad muy grande, y acá hay muchos amigos y parientes que no nos vemos nunca, yo le llamo ‘mal de ciudad grande’. Pero “gracias a este movimiento, yo empecé a conocer a mi sobrino nieto y la verdad que, a favor de el, lo fui descubriendo, no solo como pariente, sino como enamorado del arte. El diseño y el trabajo que ha hecho para este disco ha sido una maravilla”, expresó.
Con respecto a la grabación, “se realizó en una sala donde ha grabado por ejemplo Charly García, con una consola maravillosa. Sin subestimar a otros colegas y operadores, esta gente se ha lucido porque todo lo que uno sugería se logró llevar al disco”.
¿Cómo ha sido trabajar con tantos invitados?
Son todos enamorados del arte, por ejemplo, Leopoldo Federico. ¿Cómo lograr que grabase una chacarera en vez de un tango? ¡Y lo bien que lo ha hecho! Yo recuerdo ver el diccionario cuando era un muchacho en Santiago y la definición de música era “el arte de combinar sonidos”. En ningún lugar dice que sea para tango, folclore o rock, eso sí, mi hermano Adolfo le agregó: “eso sí, hacerlo bien” (risas).
Todo esto, en los últimos cuatro años me hizo querer muchísimo a Juan, no solo como parte de la familia, sino como un muchacho muy especial, de mucha sensibilidad, que sabe lo que quiere. Apunta y llega bien en el centro siempre! Así fue despacito, invitando a personas muy conocidas dentro del arte popular y se logró, a mi exigencia, yo diría del 1 al 10…14 Hay un muchacho llamado Jimmy (Rip, ex guitarrista de Mick Jagger), con quien no hubo ensayos ni nada. Nos colocaron frente a frente y sonreíamos. Parecíamos Tarzán hablándonos con las manos. Tocó muy fuerte y, sin conocer la cosa criolla, me hizo lagrimear.
Caricias al alma
Lagrimear. Es la palabra elegida por Vitillo para definir este nuevo trabajo y también para ejemplificar el toque de cada uno de los invitados. “Dentro del estudio yo sentí que, a medida que llegaban los músicos, salían cosas interesantes y lindas. Fue como una caricia al alma. Una vez más pude descubrir que el lloriqueo no es algo relacionado a la tristeza. Se lloriquea de alegría, por una muy buena interpretación. Fue todo positivo, tanto que me hicieron rejuvenecer”.
¿Cuál ha sido el secreto para elegir un invitado para cada canción?
Fue todo trabajo de Juan. Como dicen los jóvenes y los no tan jóvenes, ‘vaya, total el no ya está dado’. Por suerte todos dijeron ‘si, cuente conmigo’. No recibimos ninguna negativa.
Todos se lo tomaron con gran cariño y responsabilidad. Se grabó con mucho profesionalismo, pero por sobre todo con alma y gusto.
Ahí apareció Juan Manuel, visitando uno por uno. Después me decía, ‘todos están encantados y quieren grabar ya’. La señora Hilda Herrera, me acuerdo que tocó el piano una maravilla, Facundo Saravia…hay unos violines, profesores del Teatro Colón. Todo ha sido una maravilla, me emocioné constantemente.
En el momento de hacer una retrospectiva, ¿es consciente del legado de los Hermanos Ábalos?
Sí, somos conscientes del legado que hemos dejado. En 1939, por ejemplo, la música popular no era muy difundida. No teníamos las herramientas que existen ahora. No le quiero echar la culpa a nadie, pero en la Capital Federal no había información. Alguien dijo no se ama lo que no se conoce. En nuestro caso, entre Machaco y Machingo había diez años de diferencia y los muchachos invitaban a sus amigos y amigas, no todos los días, pero muy seguido. Ahí cantaban, tocaban el piano y el bombo y así fue naciendo todo.
Hemos tocado en lugares geográficamente impensados por nosotros, como Hong Kong, Pakistán, la India, Tailandia…lugares tan lejanos. No es fácil actuar en lugares donde no tienen ni idea lo que es el folclore argentino. En cada uno de ellos la gente nos aplaudió y eso nos ayudó a serenarnos. El silencio y el aplauso son la mejor paga para los intérpretes.
Después en 1966 hicimos una gira muy extensa. Salimos por el Pacífico y volvimos por el Atlántico. Hicimos Perú, Colombia, Venezuela, México, Canadá y dos meses en Japón, donde conocimos teatros maravillosos, construidos a nuevo después de la guerra, contratados junto Arturo Rubistein, Los Beatles, el Ballet Moisseiev y una Orquesta Sinfónica extraordinaria.
¿Qué consejo le daría hoy a un chico que se está formando dentro del folclore?
Contestaré despacio y de la siguiente manera: a mí me duele un flemón y voy a un dentista. ¿Por qué? Porque le abro la boca a alguien que hizo primaria, secundaria y universidad. Después estuvo en un hospital y adquirió experiencia. O sea, estudió y se preparó. Lo mismo pasa con la cosa criolla. Por más que no sea dueño de la verdad, aprendan a tocar el bombo y a bailar, porque cuando un intérprete está en el escenario e hizo una zamba, una chacarera o una huella, es decir, en su mayoría son danzas. Estudien, porque llevará una determinada cantidad de tiempo, pero en el momento de pisar el escenario los van a aplaudir.
Juan Gigena Ábalos, el padre de la criatura
Tanto trabajo, esfuerzo y dedicación tuvieron su premio en el resultado final, la interpretación de Vitillo y la calidad de invitados que supieron desfilar por el disco. Pero además, fue un merecido premio al sobrino nieto del artista, Juan Gigena Ábalos, con quien también dialogó La Vereda.
¿De dónde nace un proyecto tan ambicioso como este?
El trabajo del disco empezó con la idea de ser mucho más tranquilo, de ir un fin de semana al estudio y grabar todas las canciones. Calculo que iban a ser doce canciones, las más populares, cuando nació la idea de invitar a Juanjo Domínguez. El se sumó de movida y cuando se juntaron fue una bestialidad, por lo que se recreó el concepto del disco. Ahí empecé a grabar por sesión e invitar a tremendos artistas, así fueron pasando Raly Barrionuevo, Liliana Herrero, Leopoldo Federico y Jaime Torres. Después llegó Jimmy Rip y el proyecto se empezó a mover para otro lado. También tardó seis años por eso, además de haberse filmado en el estudio. Fue una experiencia increíble trabajar el y con esas bestias de invitados que tuvimos.
¿Cómo fue elegir el invitado correcto para cada canción?
Hubo varios disparadores. Como por ejemplo juntar a Vitillo con un grande contemporáneo como Jaime Torres. Otro disparador fue juntarlo con gente que está afuera del folclore, como Leopoldo Federico que viene del tango o bien con nuevas generaciones como Raly Barrionuevo, Liliana Herrero…entonces tenía que ver con ese tipo de invitados y luego ver qué canción quedaría bien. Después, la aparición de La Bomba de Tiempo tuvo que ver más como un homenaje a Vitillo como bombista. Así que un poco el disparador de cada tema fue primero elegir al invitado y después ver que podría llegar a ser.
¿Qué significó tocar Chacaloop junto a el?
Fue una metáfora perfecta para mí, porque en el Chacaloop están todos los elementos del folclore que yo escuché de ellos, pero llevados a otro sonido y a otra forma. Es como la información que llevo de ellos trasladada a mi ámbito que es donde me crié con música de otro género y otros años, que tiene que ver con el rock, con Pink Floyd y ese tipo de músicas, pero que después esto lo zapatee Vitillo y entra en esa frecuencia es como el broche perfecto, una aprobación de el. Siento que cierra el círculo, sumada a la emoción de verlo. En el veo a sus hermanos, mi abuelo y todo lo que representa Vitillo como artista, persona y familiar. Es un Yoda, un sabio.
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