El universo Shakespeare en clave del director Gabriel Chamé Buendía

Luego del gran éxito que significó “Othelo” primero y “Medida por medida (La culpa es tuya)” después, el director dialogó con La Vereda para contar el secreto detrás de estas adaptaciones: el mundo Shakespeare, el proceso creativo, su visión sobre el teatro y su relación con los actores.

Hablar de Shakespeare es sumergirse en un universo inagotable, donde el tiempo se desdibuja y el teatro se convierte en un puente entre el pasado y el presente. Para quien lo interpreta, como para quien lo lee o lo ve, su obra es un desafío y un refugio, una oportunidad de crear con profundidad y de entrar en las grandes ligas del arte escénico. Es un respaldo inmenso, pero también una provocación constante. 

Las primeras experiencias de Chamé Buendía con “Othelo” y “Medida por medida” estuvieron marcadas por momentos personales y profesionales muy distintos, pero ambos textos dejaron una huella profunda. Mientras “Othelo” deslumbró desde el primer encuentro en un París incierto, despertando una fascinación que tardó más de dos décadas en materializarse en escena, “Medida por medida” planteó un enigma más complejo, con su tono político y su dureza estructural. No fue amor a primera vista, pero sí una obra que, con el tiempo, reveló una actualidad asombrosa, especialmente en su mirada sobre el poder y la independencia de la mujer. Shakespeare, una vez más, no deja de resignificarse en cada época y en cada lectura.

Según detalló el director, el proceso creativo para ambas obras se generó “de manera similar porque ya es como que sigo una lógica propia. Para nada sé muy bien qué voy a crear desde el comienzo, pero el proceso es parte de elegir. Por ejemplo, ahora mismo estoy definiendo si hago una obra o no, y en esa búsqueda leo una, leo otra. A veces la pongo en una aplicación que me la lee en voz alta, así que me tiro en la bañera y la escucho, dejo que la idea decante. Este proceso me puede tomar uno o dos años, porque es como un bolillero: de repente, una bolilla cae”.

Para Chamé Buendía “esa bolilla tiene que ver con un sistema de producción, ya sea independiente, subvencionado por el Teatro San Martín o en el circuito comercial. Una vez que decido hacerla, viene la siguiente fase: con quién la voy a hacer. En general, trabajo con actores que ya conozco, que han sido mis alumnos y que entreno. No es un casting abierto donde descubro talentos al azar. Me gustaría también descubrir gente nueva, pero en mis cursos ya encuentro muchos y solo unos pocos terminan siendo parte de mis proyectos”.

Una vez superada esa parte, “viene la etapa de traducción, que es donde me comprometo por completo. Es un trabajo duro, de ‘culo-silla’, de inseguridad, de lentitud, pero sorprendentemente siempre llego. Empieza lento y se va acelerando. Trabajo con varias versiones, en inglés, español y hasta en francés, buscando mi propio lenguaje adaptativo. Lo importante es que la obra esté dirigida a Argentina; si la hiciera en España, pediría ayuda con los tiempos verbales. A los extranjeros les encanta cuando hablamos argentino, así que no modificaría el texto para una versión internacional”.

¿Cómo es el trabajo con los actores una vez que está lista la traducción?

Luego llega la reunión con los actores. Les entrego el texto y empezamos con lecturas, que ya son un juego. Primero, ellos tienen que entenderlo, y al comienzo les cuesta mucho. Es como enseñar a caminar: un pie, otro pie. Después, todos los ven como genios, pero nadie se da cuenta de que les enseñaste a caminar. Es parte de la belleza del teatro.

En los ensayos, trabajo desde la intención del texto, buscando inspirar al actor para que saque una ‘perla’. Esas perlas hay que escribirlas y organizarlas, y ese es el proceso final, el más arduo. Hay que encontrar la relación entre lo verbal y lo corporal. Además, trabajo mucho con objetos en escena, que funcionan como seres vivos y modifican el sentido de la obra. En esto, colaboro con Jorge Pastorino, que materializa las ideas escenográficas.

Elenco y dinámica de trabajo

Para el director, su grupo actoral “debe funcionar bien, sentirse cómodo en escena, sin grandes competencias ni distancias con el director. Cuando logras esto, todo marcha bien. Obviamente, he tenido momentos de dificultad, porque nadie es Superman. Todos cometemos errores y tratamos de solucionarlos”.

“Selecciono a los actores de entre mis alumnos o gente que he visto actuar y que creo que puedo potenciar. Por ejemplo, a Nicolás Gentile lo conocí hace más de 10 años y esperé hasta ‘Othelo’ para trabajar con él. Lo mismo con Agustín Soler, con Elvira Gómez. Matías Bassi, que lleva 12 años conmigo, terminó en ‘Othelo’ por casualidad: el actor original dejó el proyecto y lo descubrí en los ensayos. También me interesa sumar gente nueva, como Marilyn Petito, por lo que aporta al grupo y su talento”, relató el dramaturgo.

Finalmente, “el equilibrio entre lo artístico y lo humano es clave. A veces, la disciplina debe imponerse para que el grupo no se desmorone. Si sos el capitán del barco, tenés que asumirlo, aunque a veces sea una rotura de huevos. Por suerte, este último barco navega muy bien”.

¿Tenés alguna escena favorita de ambas obras?

No, la verdad que no. No soy de tener escenas favoritas. Sé que hay escenas más fuertes, que marcan el avance del espectáculo y conquistan al público, pero intento que haya muchas así.

Por ejemplo, la escena del bufón en ‘Medida por medida’ sorprende mucho al público, pero para mí es algo básico, un lenguaje que manejo. Tal vez aprecio más una escena simple, porque sé que es más difícil y tiene menos efectos.

Autor contemporáneo

Al ser consultado sobre la vigencia del célebre dramaturgo inglés, Gabriel Chamé Buendía manifestó que “sigue siendo nuestro contemporáneo porque, a pesar de los siglos, su teatro no ha perdido vigencia. Su genialidad radica en la belleza de su poesía, en la precisión de su dramaturgia y en su capacidad de capturar la esencia misma de la condición humana”. Pero también “hay una paradoja: quizá no es solo que Shakespeare sea eterno, sino que nosotros no hemos evolucionado tanto como creemos. Sus obras siguen hablándonos porque seguimos movidos por las mismas pasiones, ambiciones y conflictos. Su teatro, además, funciona con una precisión milimétrica: cada giro dramático, cada acción y cada sorpresa están construidos con una estructura que sigue atrapando al espectador, como si se tratara de una obra recién escrita”, detalló el director. 

Además, “el teatro en sí mismo es un arte que trasciende el tiempo. La forma en que se hacía en la época de Shakespeare no es tan distinta de cómo se hace hoy: actores ensayando, interpretando ante un público, generando ese encuentro efímero pero eterno a la vez. Y ahí reside otra razón por la que su obra sigue viva: Shakespeare no impone una visión moralista del mundo, sino que lo muestra tal como es, con su complejidad, su tragedia y su ironía. Sus comedias son trágicas, sus tragedias son humanas y sus personajes, con sus contradicciones, siguen siendo un reflejo de quienes somos. Como Chaplin en el cine, Shakespeare en el teatro creó un lenguaje universal que nos sigue interpelando, porque el teatro bien hecho, como la vida misma, no envejece”.

Jugando un poco, ¿qué creés que diría Shakespeare si viera tus versiones de ‘Othelo’ y ‘Medida por medida’?

Pienso que le gustaría, no sé, hay cosas que le gustarían, cosas que no o que no le parecen. Yo no conozco a Shakespeare, pero conozco grandes directores de teatro argentino, que algunos han apreciado muchísimo lo que hago y otros me detestan, qué sé yo, y son excelentes directores y excelentes artistas. Así que es relativo.

Pienso que yo tengo una política similar a la política de Shakespeare el productor, estoy cerca por eso, no estoy lejos de eso, quiero decir, creo efectos para que la gente se enganche y vaya y esté enganchada al teatro, genero pensamiento político, ideológico dentro de las obras.

¿Seguirás explorando Shakespeare?

“Sí, quiero seguir con Shakespeare. Me interesan ‘Rey Lear’ y ‘El mercader de Venecia’. También me gustaría hacer versiones de comedias como ‘Cimbelino’ o ‘Los dos hidalgos de Verona’, que ya monté en Francia y España, pero no en Argentina.

También quiero explorar otros lenguajes, como Chéjov o Molière, y recuperar mis unipersonales. Pero hacer teatro independiente es difícil, porque no tengo un productor que financie todo. Lo hago de a poco, porque soy cabeza dura. Las ganas están”.

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