La obra de Marcelo Teti sigue brindando funciones todos los domingos a las 20:30 en El Grito, con entradas a la venta a través de Alternativa Teatral.
Con una renovada puesta en escena y un contexto que la vuelve más pertinente que nunca, “Fantasmas en la máquina” continúa su recorrido teatral en El Grito, donde inició su tercera temporada.
Ambientada en los años ochenta, la obra se sumerge en el clima social, económico y político de una década atravesada por el endeudamiento externo, la desesperanza y una violencia latente. Desde una oficina deteriorada del microcentro porteño, varios personajes enfrentan una jornada que se desborda, donde la ansiedad, la frustración y los fantasmas del pasado se convierten en protagonistas.
“Son tiempos de deuda. Y para pagarla, a veces, tiene que correr sangre”, advierte la sinopsis, dejando en claro que esta ficción no solo revive una época, sino que también invita a reflexionar sobre los ciclos que se repiten, en una Argentina que parece no poder escapar de ciertas lógicas. “Cuando la espera ya no es opción, hay que asumir nuevos riesgos”, plantea la obra, que propone una dramaturgia de tensiones, quiebres y revelaciones personales, pero también colectivas.
Luego de haber realizado dos exitosas temporadas en el Ítaca, “Fantasmas en la máquina” vuelve a escena con fuerza renovada. Su vigencia está dada, entre otras razones, por la conexión con los tiempos actuales, donde vuelven a resonar viejos debates en torno al ajuste, la presión social, el desencanto y el lugar del individuo dentro de una estructura opresiva.
La pieza fue inicialmente bocetada en el taller de Dramaturgia de Mariano Saba, quien también brindó su supervisión. Además, el proyecto cuenta con el apoyo de Proteatro.
El espectáculo es una creación de Marcelo Teti, a cargo tanto de la dramaturgia como de la dirección. El elenco está compuesto por Marina Carrera, Pablo Bossi, Malena Colombo, Mariano Masera, Federico Paulucci, Juan Martín Grazide y Catalina de Urquiza.
La puesta se desarrolla en un único espacio —la oficina deteriorada—, que funciona como metáfora de un país encerrado en sus propios laberintos. Desde allí se despliega un entramado de situaciones que tensionan el presente de los personajes con sus pasados, con lo que dejaron de hacer, con las deudas que aún arrastran, propias o ajenas. Una obra que pone en escena la desesperación contenida, la impotencia ante lo que se impone desde arriba y la fragilidad emocional que emerge cuando ya no hay margen para esperar.