En su segunda temporada, el thriller psicológico de Jordi Galcerán vuelve a escena con funciones los sábados a las 21 en Ítaca Complejo Teatral.
Tras una intensa primera temporada, “Palabras encadenadas”, la inquietante obra del dramaturgo catalán Jordi Galcerán —conocido por su celebrada “El método Grönholm”—, volvió a los escenarios porteños. La pieza, dirigida por Guillermo Ghio y protagonizada por Ernesto Falcke y Natalia Pascale, se presenta todos los sábados a las 21 en la sala Ítaca Complejo Teatral, ubicada en Humahuaca 4027.
Con una estructura milimétrica que avanza como una partida de ajedrez, Galcerán propone en esta obra una inquietante exploración sobre la verdad, la mentira, la manipulación, los roles de víctima y victimario, y la delgada línea entre la cordura y la locura. Lo hace a través de un dispositivo narrativo que, más que centrarse en qué ocurre, pone el foco en cómo ocurre. Así, el espectador se convierte en testigo de un juego perverso en el que cada palabra, cada gesto y cada silencio pueden volverse decisivos.
“Palabras encadenadas” enfrenta a un hombre y una mujer en una situación límite: él, aparentemente un psicópata; ella, una mujer atada a una silla. Sin embargo, nada es lo que parece. A medida que avanza la obra, la identidad de cada uno, las intenciones, los relatos y las emociones se transforman y reformulan. El público se ve forzado a tomar partido, a replantear juicios y a dudar, mientras todo lo que parecía cierto se convierte en una construcción más dentro del sistema que propone el autor.
“La verdad es falsificable. Los límites se vuelven difusos, la máscara se vuelve realidad”, plantea la propuesta. Y no es para menos: Galcerán arma una obra que no solo genera tensión constante, sino que desarma al espectador desde su propio sistema de creencias, planteando una especie de espejo en el que todos podemos reconocernos.
El director Guillermo Ghio contó que la obra le llegó hace más de 15 años, durante un viaje a Barcelona, y que fue un descubrimiento casi accidental. “Estaba en el Teatro Nacional de Cataluña, que tiene una librería hermosa y un bar. Me compré esta obra sin saber quién era Jordi Galcerán. Me fui al bar para hacer tiempo y la comencé a leer… y me pasó que no podía dejar de leerla”, recordó.
Aquel hallazgo literario se convirtió con los años en un proyecto escénico que aguardaba el momento y los intérpretes indicados para materializarse. “Quedé atrapado por la obra, pero varios actores no se animaban a encararla. Yo mismo no sabía por qué me atraía tanto, más allá de su estructura y el sistema de escritura de Galcerán, una especie de ‘cajas chinas’ donde momento a momento se van revelando cosas que te mantienen en tensión hasta el final”, detalló Ghio.
Fue en el proceso de ensayo donde el director comenzó a comprender con mayor profundidad qué era lo que lo había conmovido de esa lectura inicial: “Durante los ensayos fui percibiendo qué me atraía de la obra. Es una pieza que no solo desafía a los actores, sino también al espectador, que no puede salir indiferente”.
Ernesto Falcke y Natalia Pascale se enfrentan en escena con una intensidad notable, llevando adelante un duelo interpretativo en el que cada pausa y cada palabra parecen pesar toneladas. Con una puesta austera que potencia la tensión dramática, la obra se sostiene en el trabajo actoral, la dirección precisa y un texto que no da tregua.